ANÓNIMO
sábado, 12 de julio de 2014
CUENTO: El Lobo Juan Feroz.
Hola, soy el Lobo Feroz, Juan mi nombre, mi apellido, Feroz…
Quiero contarles mi historia. Yo vivía en el bosque, feliz, me
gustaba mucho. Trataba de mantenerlo limpio y ordenado. Un día de sol mientras juntaba toda la basura
dejada por los turistas, que son bastante sucios, sentí pasos. Me escondí detrás de un árbol para ver
quien venía, era una nena vestida de una forma muy divertida, toda de rojo, con una capucha, como
quien no quiere que le vean la cara. Iba muy feliz, cortando flores de mi bosque, eso sí, sin
pedir permiso a nadie. Me parece que ni se le ocurrió que las flores no le pertenecían.
Comprenderán que empecé a enojarme.
La pibita empezaba a caerme antipática. Sin embargo me dije:”Voy a bancarla, voy a tener
paciencia, aunque sea por su pobre abuela”. Respiré hondo y le dije que mis ojos eran para verla
mejor. Pero después ya
me resultó insoportable cuando dijo algo muy maleducado sobre mis grandes y
feos dientes. Sé que tendría que haberme controlado, lo sé. Pero en ese momento lo único que
pude hacer fue saltar de la cama y gruñirle con todas mis fuerzas, enseñándole
toda mi dentadura y diciéndole que eran así de grandes, PARA COMERLA MEJOR.
Ustedes saben que un lobito como yo
no puede comerse a una nena. ¡Por favor! ¡A quién se le ocurre semejante cosa! Pero la chica
esa de la caperuza roja, empezó a
correr y a gritar bochincheramente, por toda la pieza. Hasta que de
repente la puerta se abrió y entró un leñador con un hacha enorme y afilada. Yo estaba demasiado nervioso como para andar dando explicaciones. Así que lo miré y me di cuenta
enseguida que corría peligro, así que salté por la ventana y escapé….
Me gustaría decirles que este es el
final de la historia, pero no es así. La abuela nunca contó la verdad. Prefirió hacerse la víctima
para salir en los noticieros de la tele, de internet, de la radio… No pasó mucho tiempo sin que corriera
la voz de que en el bosque había un lobo feroz malo y peligroso. Todo
el mundo empezó a hablar mal de mí. Después de eso me tuve que andar escondiendo. Me daba vergüenza andar
por mi propio bosque. No sé qué será de la vida de la antipática nena de cachetes rosados y vestida
de forma rara toda de rojo. Pero sí les digo que nunca me dejaron contar mi
historia. Si lo hubiera hecho, ¿quién me hubiera creído a mi?
Al menos ahora ustedes saben la
verdad.
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