sábado, 12 de julio de 2014

CUENTO: !Miau!

Carlos Luis Sáenz


Misinito Morisco había nacido y crecido en la casa de la hacienda. Un día pensó que ya era grande y que podía irse a rodar mundo. Sin decir ni tus ni mus, salió de casa y echó a andar camino adelante. ¡Caminó y caminó!… No acababa de ver tantas maravillas: ¡de veras que el mundo era grande, grande!

Sin embargo, cuando se dio cuenta de que estaba muy lejos, y de que empezaba a tener hambre, pensó en que lo mejor era volverse para su casita.

Lo malo era que Misinito había olvidado el camino  y que no sabía más que una palabra, que era todo su lenguaje de gato: ¡miau, miau!

Y así, miau quería decir:

Miau: señores, tengo hambre.

Miau: señores, tengo sed.

Miau: quiero subirme al “tejao”.

Miau: ratón, te comeré de un bocado.

¡Miau! ¡miau! Para todo. Y naturalmente sólo en la casa le entendían su lenguaje de ¡miau! ¡miau!

Deseoso, pues, de volver a la casa, buscó a ver quién pudiera indicarle el camino, y se va encontrando con Hormiguita Loca, que venía hecha un primor, con sombrilla y cintas y lazos. Misinito le salió al encuentro y le dijo: ¡miau! ¡miau!, con lo que quería decirle:

¡Hormiguita Loca, ¡miau!

Doña Hormiga de mi alma,

¿querrá usted decirme, ¡miau!

El camino de mi casa?

Hormiguita Loca, sin entenderle ni jota, movió las antenas y siguió adelante, contoneándose, sin decir ni esta boca es mía.

Misinito vio entonces a Mariposa Linda Gala, meciéndose en una flor de diente de león; corrió a ella y le dijo: ¡miau!, con lo que quería decirle:

¡Miau! ¿Puede usted decirme,

Mariposa Linda Gala,

¡miau! ¡miau! Cuál es el camino

Para volver a mi casa?

Linda Gala se quedó como si le hubieran hablado en chino y, sin despegar los labios, echó a volar.

¡Misinito se quedó tristísimo! ¿A quién preguntarle ahora? ¡Gentes más descorteses! ¡Ninguno se tomaba ni siquiera la molestia de darle una respuesta amable! En eso, por allí cerca, vio Misinito a Golondrina Ala de Cielo, parada en una rama. Con mucha cortesía se le acercó y le dijo: ¡miau!, con lo que quería decirle:

Golondrina Ala de Cielo,

¡miau! Señora golondrina;

Usted que todo lo sabe,

Por viajera y peregrina,

¿por dónde queda el camino

De la casa de la finca?

— ¡Chirp! ¡Chirp! —cantó la golondrina.

Y como no le había entendido, no halló otra cosa qué decir y voló y voló hasta perderse en el aire.

¡Misinito estaba tan triste que ya se le venían las lágrimas a los ojillos! En eso oyó un ruidito allá, bajo un árbol: era doña Coneja, que había salido a la puerta de la conejera a tender la ropa para asolearla.

— Tal vez esta señora… tal vez… ¡quién quita! —pensó Misinito, y se le acercó y le dijo — ¡miau! —con lo que quería decirle:

Doña Coneja Orejona,

Señora de don Conejo,

¿podrá, señora, decirme

Si mi casa queda lejos?

Doña Coneja abrió desmesuradamente sus ojos color rubí, puso muy tiesas sus orejas blandas y, como no entendía lo que Misinito quería decir, acabó de tender la ropa, le volvió la espalda y se metió en la conejera.

¡Pobrecito Misinito! ¿A quién preguntarle ahora? ¡Ah, sí, a doña Vaca, que estaba rumiando echada junto a la cerca del potrero! Y allá va Misinito y otra vez: ¡miau!, con lo que quería decir:

Usted, la paciente y buena

¡miau! La rumiadora vaca,

Dígame, ¿cuál es el camino

Para volverme a mi casa?

La vaca se levantó, movió las orejas, movió la cola, estiró el pescuezo y lanzó por respuesta un sonoro y largo ¡muuuu!…

Asustado, Misinito dio un salto y fue a caer al otro lado de la cerca de un jardín.

Con el corazón que le salía, empezó a andar cautelosamente, diciéndose:

— ¡Pero, esto es un jardín!… ¡Un jardín de una casa!… ¿De modo que hay otra casa?… Y si hay casa, debe haber gente, y si hay gente, debe haber cocina, y si hay cocina, ¡pues tiene que haber comida! ¡Miau!

— ¡Guau! ¡Guau!

Un enorme perrazo Terranova, que Misinito no había visto, se le vino encima y por poco lo aplasta. Misinito se hizo a un lado y le dijo, muy compungido: ¡miau!, con lo que quería decirle:

Don Perro, usted perdone,

Don Perro, perdone usted,

me he metido sin saberlo,

Al jardín de su merced.

El perrazo, que era de pocos amigos, y que además se ponía muy nervioso cuando oía hablar a los gatos, ladró enfurecido: ¡guau! ¡guau!

Misinito se sentía ya tragado por el Terranova, pero, ¡qué suerte! En el jardín estaba la niñita de la casa que corrió y ordenó:

¡Quieto, quieto, Gigante!

—y luego llamó al gatito que, con el pelo erizado, parecía un acerico — ¡Bis, bis, bis, bisco… bisco!

Misinito, llorando, se le acercó y empezó a decirle: ¡miau! ¡miau! ¡miau! La niña lo alzó, lo acarició y le dijo:

— ¡Claro! Yo te entiendo; sí que te entiendo… ¿Qué te quieres quedar conmigo en casa?

— ¡Miau! —respondió Misinito.

— ¿Que te lleve a la cocina y te dé leche tibia?

— ¡Miau! —respondió Misinito.

— ¿Que desde ahora soy tu dueña?

— ¡Miau! —volvió a  decir Misinito, y muy contento comenzó a hacer ron ron.

Y colo, colorín,

Aquí el cuento tiene fin,

Con manteca de cacao;

Cuando el gato quiere hablar.

Sólo dice: ¡miau, miau, miau!

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